Una de las conquistas más indefendibles de los 80 fue
éste efecto fotográfico, utilizado sin ningún escrúpulo en nuestros
álbumes de comunión. Como si no fuera bastante con hacer la miniboda de las pelotas, calzarte el reloj Casio y el traje de marinero con borlas, tenías que
posar también para un politoxicómano reinsertado por la parroquia con el fin de retratarte. Qué culpa tenía el niño de que la droga entrase por Galicia. Te plantaba un tampón de caras que
ni Valerio Lazarov en sus peores videoclips.
Y si te dabas la vuelta: ¡qué estampados, qué cejas, qué cardados furibundos a la luz de tungsteno! Creo que aquél día sólo lo pasó bien el politoxicómano.
Por cierto, no sé a vosotros, pero a mi la imagen me recuerda muchísimo a
ésto otro.
Ahí lo dejo.
Comentarios
Publicar un comentario