El gran post de Rocky y Bullwinkle


Algo así como la serie B de la animación sesentera estadounidense, los personajes creados por Alexander Anderson claman sangre al niño que retenéis dentro, alojado como un alien en hibernación. A ratos intraducible, casi siempre vodevilesca y perennemente absurda, las peripecias de una ardilla voladora y un alce con guantes son tan válidas en su atropellada estupidez como las del tándem Bob Esponja y Patricio, por poner un ejemplo entendible. Se ganaron a pulso cinco temporadas, cinco; una película de ominoso recuerdo, y mi pinball favorito - en el que, por cierto, era francamente fácil conseguir bola extra.
El show de Rocky y Bullwinkle tenía secciones fijas hipersarcásticas, como la del perro Peabody, que adoptaba un niño para meterlo en su máquina del tiempo; y un elenco de secundarios encabezado por la amenaza comunista de Boris y Natasha, los cuales, junto a la carrera espacial, el progreso científico y todo tipo de localismos nada fáciles de descodificar, servían de gasificante para un suflé que durante 22 minutos no hace más que crecer y crecer frente al anonadado espectador.
Y ahora viene la mejor parte: ya no tenéis que esperar a que vuelva a reponerlo vuestra televisión autonómica ¡todo está en internet, amigos!

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