Vigilad el cielo, parte I. OVNIS malos.



“En nuestra obsesión con las enemistades del momento, a menudo olvidamos que debemos unirnos todos como miembros de la humanidad; en ocasiones pienso que rápidamente nuestras diferencias mundiales se desvanecerían si fuéramos enfrentados a la amenaza de una amenaza alienigena de fuera de este mundo. Y yo les pregunto, ¿no hay ya entre nosotros una fuerza alienigena?”
 Ronald Reagan. 42 Asamblea General de las Naciones Unidas, 21 de septiembre de 1987

¡Hora de indagar en la perversidad alienígena y el lado oscuro del  folklore ufológico! A mi el que más me gusta, desde siempre, es el chupacabras, una especie de Espinete mutilador, gris-moco y con dientes como lapiceros, responsable de numerosos sustos en tercera fase y que desde los años ’70 sorbe la tripamenta a los cuadrúpedos del Cono Sur. En Puerto Rico hasta los atropellan: en 1996 dieron lugar no a cien denuncias ni a quinientas, sino hasta a más de 8000. Y ya en 2012, el prestigioso grupo ufológico Ovnivisión denunció la captura de tres chupacabras en Chile por personal de la NASA.
Es una guerra sin cuartel: en Landa (México, 1977) unas “luces que saltaban los cerros” desangraron en sus cunas a una docena de retoños. Justo el mismo año (¡uhm!) en que las luces chupa-chupa comenzaban a asolar con nocturnidad poblados enteros de Brasil: se trataba de rayos vampiros que inmovilizaban a los viandantes y les extraían sus fluidos al tiempo que les abrasaban; de ellos salían una especie de tortugas ninja que pulsaban las tetas a las vecinas.
Otro célebre caso de ataque alienigena tuvo lugar cerca de Sâo Paulo: se trata del archivo Guarapiranga (1988), relativo al cadáver de un señor desollado, desangrado y eviscerado, con los ojos arrancados, la lengua y orejas fraccionadas, el esfínter anal y la bolsa escrotal izquierda sustraídos, las axilas rebanadas y con perforaciones entre los dedos, indicios de una sonda en la uretra y el cráneo rasurado. Según el forense de turno, “parecía como si el motor de 200 caballos de vapor le hubiera succionado los órganos internos”.
No es tan excepcional; si desempolvamos el archivo de 1956 podremos mirar a las cuencas vacías de Jonathan P. Louette, el sargento que desapareció en el frufrú de las dunas y que, cuentan los testigos, fue atrapado por los brazos biónicos y claqueteantes del gigantesco disco que tomó la vertical hacia la inmensidad del espacio.  Al tercer día cayeron las sobras de Loutte y como no consta, ignoramos el material quirúrgico empleado: lo que se dice un abducido sin suerte.
Lo más chulo de todo es que actualmente siguen actuando con la misma alevosía, incluso frente a las cámaras. Pero de eso, amigos lectores, trataremos a fondo cualquier otro día.

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