Y aquí el abuelo, potando ectoplasma


Ustedes los jóvenes no saben divertirse. Miren al abuelo: ¡ah, qué años aquellos, ah! Cuando un hombre era dueño de las trabillas de sus calzones. Las veladas en la rebotica de madame K., nuestras tertulias librepensadoras sobre la vida entreguerras, y por fin, envalentonados por los efluvios de aquél excelente bourbon, casi puedo verlo, todos nosotros con las manos unidas en corro.
Allí en el centro, entonces, el viejo se alisaba los pantalones color tórtola, encogido en la silla. Después cerraba los ojos hasta que empezaba a emanar por todos los orificios de su fea cara de escocés ése ectoplasma tan bonito y brillante.
Te diré que el flujo iba haciéndose más oscuro, hasta regurgitar una pota semisólida la cual, amontonada a sus pies, terminaba adoptando formas simpatiquísimas. Para entonces el abuelo llevaba un pedo de bourbon que no se tenía y tan pronto como agotábamos el flash de magnesio le decíamos que escupiese el trapo antes de tragarse todo el fósforo en el que iba empapado. Aún así, recuerdo que la boca seguía fluorescente el resto de la noche. Un despiporre.


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