Coherence (James Ward Byrkit, 2013). Desparrame cuántico


Coherence puede convertir tu casa en otra completamente distinta utilizando una simple copa de cristal verde. Así de puñetero es el cometa que sobrevuela la película. Lo principal, lo que nadie podrá discutir, es que nunca padeceremos un remake norteamericano de Coherence, sencillamente porque Coherence se rodó allí. De hecho, es un reboot en sí misma desde el minuto 15'50'' de metraje, cuando proyecta a un puñado de personajes sobre espejos enfrentados. Ya nos previno Borges del reflejo infinito resultante: "Todo acontece y nada se recuerda / En esos gabinetes cristalinos".
Entender lo que pasa desde el momento en que una película se multiplica dentro de sí con sutiles variaciones podría haberse resuelto en un episodio de Más allá del límite (¡ah, aquéllas panzadas nocturnas viendo Más allá del límite en Telemadrid...! por cierto, ¿existirá todavía Telemadrid?); la película de James Ward Byrkit, por el contrario, consigue trascender al dilema entre la alucinación colectiva y un posible desorden fractal de la realidad. ¿Os preguntáis si es tan aburrida como parece? la respuesta es no. 
Se me ocurren unas cuantas referencias cruzadas al respecto: el planteamiento teatral de la muy estimable The man from earth; la deconstrucción narrativa de Primer -¿alguien ha visto la nueva de Shane Carruth?- y los acertijos sobre el miedo al yo en Enemy (¡otra gran sorpresa, por cierto!). También manda este recordatorio a la industria: se acabó el barbecho, amigos, dejen de tirar el dinero en mamarrachadas de superhéroes. Como ocurre en Coherence, al final de la calle encontrarán una casa con las luces encendidas. Y dentro, seguro, un señor muy extraño y necesario llamado guionista.

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