Sobrevivir al hype: crítica incompleta de True detective 2


Los créditos de True detective 2 caen sobre tus ojos abiertos como pegamento rápido. Si no recuerdo mal había un personaje J.G. Ballard en Crash fascinado por el movimiento arterial de los coches en su ciudad. El tráfico importa también y mucho en el arranque de esta segunda entrega: empieza con unos faros persiguiendo la línea discontinua de asfalto, el primero de los muchísimos préstamos a David Lynch en general, y Lost Highway en particular. Después, nos eleva sobre los brillantes tejidos California...
Pero nada de esto significaría nada si mientras no sonase el Nevermind de Leonard Cohen (a quien reconozco haber perdido la pista tras The future, cuando se puso pelma con el budismo), cuya música y letra —I live among you / well disguised...—  parecen servir de pararrayos para los demonios de Pizzolatto. Ahora bien, lo que viene después ¿en serio es para tanto? Porque el hostión entre crítica y público, a la altura del tercer capítulo, está siendo considerable.


Digamos que el True detective de 2015 se enfrenta a un doble hype: el que se viene arrastrando desde la primera temporada y el generado en torno a la suya propia. Que los que veían un pacto de McConaughey con del diablo ahora se mofan de los problemas de Colin Farrell con la dieta Dukan. Y no es justo. Tal vez por prescindir de su halo de trascendencia pueda parecer por momentos un cómic de Frank Miller, pero el resto del tiempo, y sin necesidad de repetirse, en True detective 2 siguen acechando asesinos teriomorfos, héroes borderline y, por ende, el MAL cebándose con la carne. Sumen diálogos como el de un insomne Vince Vaughn mirando las manchas de humedad en el techo y luego intenten convencerme para que reniegue de True detective 2. En un par de meses hablamos, mozalbetes.

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