Cine para quedarse mudo: El viento (Victor Sjöström, 1928)


Viendo la muy gratificante Magical Girl (Carlos Vermut, 2014) me preguntaba qué separa al cine moderno del imperecedero, a la pretensión del acierto, al riesgo de la desfachatez. Posiblemente sea la emoción en su sentido clásico, antes de que el término fuese raptado por el marketing. Emoción es el haz de los ojos de Lillian Gish buscando una salida de Agua Dulce, ese pueblucho de mala muerte sepultado en una permanente tormenta de arena que acabará por perturbarla. Casi un siglo separan ambas películas, la española revelación del pasado año y esta obra maestra de la que necesito hablar imperiosamente: El viento, de Victor Sjöström. Casi un siglo de automatismos narrativos religiosamente inculcados pero que, desobedecidos, permiten al espectador disfrutar de dos títulos a priori incompatibles pero con obsesiones siamesas como son la dependencia, el abollamiento psicológico y la violencia redentora.


La diferencia radica, claro, en que El viento es una supernova cinematográfica y lo de Vermut no. Digamos que la gran película americana de Sjöström, rodada en víspera del cine sonoro, está repleta de arcanos visuales que todavía resuenan en la industria actual. Es la corriente enloquecedora que mueve los aerogeneradores manchegos en Volver, de Almodóvar. Que sostiene a los amantes en la proa de Titanic, de Cameron. Que saca de sus goznes las puertas y ventanas de Inisfree en El hombre tranquilo, de Ford. Es, (¡qué se yo!) el título de un western, una tragicomedia, un thriller psicológico, o lo que le apetezca ser esta noche a El viento. Es, en suma, el privilegio de ser puro cine.


La sinopsis pueden encontrarla en cualquier parte, no perderé ni un minuto aquí con eso. Lo que hace grande a esta cinta es el magnetismo emanado de cada secuencia, en un encaje narrativo impecable que permite evolucionar a los personajes siguiendo su propia y perversa lógica. No sé si alguna vez han padecido un día de viento — un día de viento real, no ventera de Calendario Zaragozano. De ser así sabrán que nubla los sentidos y te deja bien jodido. Pues bien, yo diría que esa es una buena sinopsis de El viento. Por reducirlo a una imagen, a una sola, me quedo con la que apostaría que también hubiese elegido Buñuel: la Gish lavando los platos con arena (¿o lo he soñado?), que se tambalea, entornando sus ojos y su vagina desquiciada, como implorando al cielo aunque sepa que sólo obtendrá por respuesta el ulular el viento.


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