Faulkner se pasa al pulp: Santuario


William Faulkner necesitaba pasta rápidamente "y si para conseguirla la gente quiere sexo y violencia, se lo voy a dar", avisó. Así que vamos a subir el nivel de este pobre blog hablando de un Nobel de Literatura, pero justamente de su libro más bruto y maldito: Sanctuary (1931).
Sin florituras ni preámbulos, lo primero que vemos cuando Faulkner nos quita la venda es una zona pantanosa de ese condado imaginario sureño suyo, Yoknapatawpha, lleno de rednecks con banjos y patriarcas analfabetos. Luego, en zooms rapidísimos, seguimos a una pobre chica allí donde nadie podrá oir sus gritos: a esa casa oculta en la maleza en la que Popeye y sus secuaces destilan licores ilegales... y traman cosas muchísimo peores.
Todo en Santuario transmite asfixia y cochambre: cada escenario, cada crimen, incluso el thriller judicial en el que luego deriva. Y pese a que Faulkner deje pasar la luz entre las pesadas cortinas de su estilo, los personajes nunca se nos muestran con claridad: cuanto más sabemos de ellos por sus actos, más nihilista y descorazonador se hace el libro.
Amigos: al final Santuario deja el mismo amargor que aquella canción de Billie Holiday, Extraña fruta, en la que lo que cuelga del árbol resultaba ser, ni más ni menos, un hombre negro ahorcado.

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