Aunque lo que pintaban diese un poco de miedito, nadie rechistó; de hecho, les suministraban críos a porrillo. Gracias a esta irresponsabilidad colectiva han llegado hasta nosotros sus representaciones infantiles mal proporcionadas, de colores irreales e hierática pose. Un cruce caprichoso entre el autodidactismo plástico de los colonos y las pinacotecas de la vieja Europa, que hoy siguen imitado los artistas lowbrow con desigual fortuna.
Pero deberíamos hablar un poco de John Brewster ( † 1854). Sordo de nacimiento, y ajeno a los principios elementales de profundidad y perspectiva, el joven Brewster concentraba todos sus esfuerzos en dotar de expresión la mirada de sus pequeños modelos, casi siempre aferrados a un fetiche que parecen proteger. Trofeos domésticos de nuevos niños ricos, justo cuando azotaba la mortandad infantil, en conexión silenciosa con el pintor. Su comunicación no se ha roto en estos años, el vínculo permanece justo ahí, pero me temo que ahora los sordos somos nosotros.
Hay muchas ramas del arte que son apasionantes, pero en lo relacionado a la pintura, poco hay que me diga nada, lo reconozco. Sin duda me dan miedo estos cuadros, pero destaco que lo único que parece tener vida de verdad son las miradas!
ResponderEliminarSaludos!
¡pienso lo mismo, no son miradas que se olviden fácilmente!
EliminarDesde luego no parecen naturales, aunque la técnica pictórica influya. Me he acordado de unas imágenes que vi del fotógrafo Peter Kurten. Por supuesto, formas de arte distintas, pero también retrata niños, e igualmente consigue resultados impactantes.
ResponderEliminarUn abrazo
Me apunto la recomendación, otro abrazo para tí, Marybel
Eliminar