Mira que me gusta un martiroligio (I): San Bartolomé, Anjou Legendarium, 1325


Ya tenía yo ganas de inaugurar esta bonita a la par que pedagógica sección dedicada a las atrocidades del santoral católico y sus muertes ejemplares.  Lo hacemos con un mártir nivel PRO: San Bartolomé, despellejado vivo pero firme en su fe usque effusione sanguinis. Del pobre apóstol poco sabemos aparte del nombre, ya que la Biblia no lo saca del banquillo en todo el Nuevo Testamento. Y aunque efectivamente no hable una sola línea, la Tradición (¡qué guay, la Tradición!) se ha encargado de inventarle una vida, y especialmente una muerte, que te cagas.



Cuenta en su tomo tercero La leyenda dorada ("obra necesaria para el pasto espiritual de los fieles que anhelan saber las circunstancias de la vida y vicisitudes de sus patronos", según reza el título) que Bartolomé llevó su apostolado primero a La India y después a Armenia, donde se viene definitivamente arriba y ya en plan apócrifo (muy apócrifo) exorciza a la hija del rey Polimio. Tras ello habría ordenado derribar la estatua dedicada al demonio Astaroth, momento en que salió de su interior "un hombrecillo negro, con el rostro prolongado, la barba larga, los ojos centelleando como fuego, y las narices echando humo negro y hediondo, y cercado por todas partes de cadenas de fuego": el demonio en persona, vamos, que ya no cesará hasta ver caer a Bartolomé.
Insidiosamente predispone contra él al hermano de Polimio, rey a su vez de una provicia vecina; de tal modo que cuando el apóstol se presenta ante él para predicarle, percibirá primero una evidente falta de feedback y luego abierta hostilidad que se traduce en la orden de que se le azote, se le monde la piel y finalmente sea decapitado. Otras versiones sostienen que se le metió un saco y se le tiró a la basura, y todavía existe una tercera variante que lo describe crucificado, ora boca arriba, ora boca abajo.


El arte se ha regodeado con tan cruento martirio, inclinándose principalmente por la escena del desollamiento (no en vano, Bartolomé es el santo de los carniceros). Aunque su representación más famosa pertenece a José de Ribera, yo he elegido otra mucho más antigua y expresiva, procedente de una recopilación húngara de vidas de santos conocida como Anjou Legendarium.  
Si os place, podéis ver el manuscrito completo aquí, por gentileza de la Morgan Library.

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